En este viaje combinamos la vida nómada con la educación formal, enfrentando retos y celebrando logros.
Cuando una familia decide ser itinerante se plantean muchos desafíos, para nosotros el mayor fue encontrar la forma de continuar con la educación formal de nuestros hijos. Claramente, iban a aprender mucho en los viajes sobre geografía, el mar, el clima, la historia y las costumbres de cada lugar, pero la realidad es que no alcanza. Necesitábamos un sistema que nos permitiera continuar con la educación institucional de ambos.
Buscando información, encontramos que en Argentina hay dos sistemas: uno que articula la Cancillería y otro del Ejército argentino. El primero implicaba que tuvieran acceso a una escuela para asistir de manera presencial (por al menos dos meses). Fue en el Sistema de Educación en el Exterior del Ejército donde encontramos lo que buscábamos. Si bien está destinado a familias de las Fuerzas Armadas que estén en el exterior, por ejemplo, en un lugar tan remoto como la Base Esperanza en la Antártida, también aceptan a deportistas de alto rendimiento y familias que por diversas razones no estén en un lugar fijo (nuestro caso). Fue un gran hallazgo y nos resolvió el primer y gran escollo.
Hicimos coincidir nuestro inicio del viaje con el comienzo del ciclo lectivo, ya que uno de los requisitos para que estuvieran inscriptos era que estuvieran fuera del territorio argentino. Así fue que la segunda semana de marzo de 2023 empezaron las clases de forma remota.
Para nuestra hija mayor, esto implicó que durante algunos meses estuviera con muchas horas de estudio por día. Si bien ella asistía a una escuela con mucha carga horaria, al principio, hasta que encontró su método de estudio y se adaptó, fueron días largos. El tiempo pasó y llegó fin de año, y pudo llevar las 14 materias muy bien y terminar el año lectivo con todo aprobado. Un gran logro.
En cuanto a nuestro hijo que estaba en segundo grado, no solo fue un gran desafío para él, sino también algo muy difícil para nosotros. Una cosa es con una adolescente que ya tiene incorporado un método de estudio, conocimientos y una disciplina en el estudio, y otra muy distinta es arrancar segundo grado y que tu mamá y papá sean quienes te expliquen. Muchas personas supongo nos entenderán por haber transitado el aislamiento en la pandemia. Esto fue de lo más difícil que nos tocó transitar a todos: la paciencia, la gestión de emociones, contener las situaciones frustrantes, repetir día a día la rutina de estudio fue un montón. Por momentos, se sentía que fin de año estaba a un abismo, y que habíamos sobreestimado nuestra capacidad para abordar la educación en el barco.
Segundo grado para nuestro hijo implicó que calculáramos y recalculáramos el rumbo varias veces. En algunas ocasiones, salían juegos improvisadísimos que terminan reforzando lo que semana a semana nos entregaban del SEADE y eso fue genial. Fue así, que para nuestra sorpresa un día empezamos a disfrutarlo. Él superando su frustración al incorporar los contenidos, la lectura y la escritura usando la cursiva, y nosotros como padres viendo cómo progresaba, identificamos que su facilidad eran las matemáticas. Cuando llegó la unidad en la que le tocaba aprender las tablas de multiplicar, fue otro desafío, pero para nuestra sorpresa, entendió la lógica con un juego improvisado (durante el desayuno que obviamente se extendió por un rato) con un maple de huevos vacío, luego fue el turno de memorizarlas hasta la del 9.
Es sorprendente lo rápido que aprenden cuando estás con ellos acompañando el proceso de forma activa. Cuando vivíamos en una casa y ellos iban 8 horas a una escuela, apenas si traían tarea a casa con lo cual veías el progreso cuando mirabas los cuadernos/carpetas, alguna reunión de padres y madres donde se nos entregaban los informes y los boletines. En el barco, la dinámica era uno a uno. ¿Es difícil? Sí, pero es muy gratificante. Y cómo es uno quien debe administrar los horarios de estudio, explicar y buscar estrategias pedagógicas (que a veces fallan), es imposible que al recibir las notas finales no se sienta un exceso de orgullo por ellos, y también por nosotros.
Este estilo de vida náutico ya no es una novedad para muchas familias, y cada año se suman más. La mayoría eligen como destino Brasil y Panamá entre otros destinos de centro américa. Si bien no es especialmente complicada la vida a bordo, sí requiere conocimientos de navegación y meteorología. A su vez el tema de la seguridad es una prioridad constante, implica estar atentos al viento, las olas y las condiciones del barco (velas, motor, batería, radio, etc).
Personalmente, creo que los avances tecnológicos han hecho la vida a bordo más confortable y segura. Lo que hace que a familias en busca de diferentes estilos de vida elijan la vida nómada embarcados. Desafiando la creencia de que navegar por el globo estaba reservado a quienes dejaban a sus familias en tierra.
Como a muchas familias nautas (supongo), cuando nos preguntan si nos hemos adaptado a esta vida, nuestra respuesta es un firme “sí”. Aunque también admitimos que “no es fácil”. Hay días buenos y días malos; el espacio es limitado y todo requiere esfuerzo. Aunque con algunas variantes es similar a la rutina diaria que se puede tener en tierra. Las acciones cotidianas como ir al colegio y al trabajo, enfrentar el tráfico y estar lejos de casa por largas horas son reemplazadas por homeschooling, trabajo remoto, mantenimiento y reparaciones del barco, gestión de provisiones y agua potable.
Como dice el refrán, no hay almuerzos gratis, todo tiene un costo. Pero lo maravilloso es que vivimos juntos, experimentando nuevas formas de vida y disfrutando de amaneceres y atardeceres en lugares increíbles. Apostando a una mejor calidad de vida, cada familia decide su propio camino y los desafíos que está dispuesta a asumir.
Las redes sociales son una fuente invaluable de conocimiento, nos han permitido ver cómo otras familias viven y resuelven la vida a bordo, no sólo ayudándonos a solucionar algunos inconvenientes sino también animándonos a ir por más. Cómo por ejemplo las historias de los Ivanissevich, las del Goleta Gringo, la de Familia en Velero y del Barco Amarillo fueron inspiradoras en nuestra decisión.
Puntualmente para nosotros la historia de Familia en Velero publicada en La Nación, fue la que nos dio la solución para continuar la educación formal de nuestros hijos. En esa nota hicieron referencia al sistema educativo del SEADEA y cómo gestionaron la educación de su hija. Esa información fue clave para resolver uno de los mayores desafíos que teníamos antes de comenzar nuestra vida en el Esmeralda.
El SEADEA es el Sistema de Educación a Distancia al Exterior del Ejército Argentino, está aprobado por el Ministerio de Educación y ofrece recursos multimedia que hacen el aprendizaje adaptable. A través de la plataforma digital del SEADEA, se facilita muchísimo la interacción entre los profesores y los alumnos.
SEADEA empezó allá por 1989, para ayudar a los hijos de los militares que estaban en el extranjero. El programa se expandió y diversificó a lo largo de los años. Hoy, su comunidad educativa es de 900 estudiantes, que incluye tanto a hijos de civiles como de militares, dispersos por todo el mundo, desde Rusia y Japón hasta África, la Antártida y en medio de los océanos.
Hace unos 25 años, SEADEA abrió sus puertas a todos, no solo a las familias militares. Eso fue un cambio enorme, especialmente cuando en 2002 muchas familias se iban al exterior por trabajo.
El SEADEA se ha convertido en una opción educativa increíble para nosotros, los argentinos que estamos repartidos por todo el mundo.
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