El Mediterráneo, siempre una caja de sorpresas, nos regaló una escena inolvidable un tranquilo día a fines de octubre. Navegábamos desde Marettimo hacia Cerdeña cuando, de repente, comenzamos a ver algo que flotaba de a pares y cada cierta distancia, paso un grupo de dos, otro grupo de dos y otro más hasta que entendimos que eran tortugas marinas lo que estábamos viendo. Al principio, costó creerlo, ¿tortugas viajando en parejas? No lo sé, pero eso es lo que vimos y eran muchas aproximadamente unas 20.
Veníamos a motor así que bajamos la marcha y dejamos que la corriente hiciera lo suyo. De apoco nos fuimos acercando en un mar plano como un espejo y así confirmamos que eran tortugas, luego al leer del tema llegamos a la conclusión que podrían ser bobas o caretta caretta, nadando en perfecta armonía. Era como una danza sincronizada en el vasto azul. Este encuentro me llevó a investigar y descubrí que estas criaturas están adaptando sus rutas migratorias, posiblemente por los cambios en su entorno y el clima.
Estas habitantes ancestrales han sido navegantes de los océanos de la Tierra durante los últimos 110 millones de años. Testigos silenciosos de la historia de nuestro planeta, hoy las siete especies están clasificadas como en peligro de extinción, principalmente debido al impacto que las actividades humanas tienen sobre su ecosistema. Del total de las distintas especies 6 se las puede ver en el mediterráneo, y solo dos especies desovan en él.
Mi encuentro con las tortugas bobas (caretta caretta) en octubre fue más que una coincidencia, responde al normal comportamiento relativo a la época del año. Aunque la situación es mala respecto al peligro de extinción, en los últimos años se ha registrado un número récord de nidos, esto sigue siendo un claro indicio de cambios en el ecosistema. Con el aumento de desoves la comunidad científica también está observando un mayor nacimiento de hembras en comparación al promedio histórico. Con lo cual analizando si hay una relación entre el aumento de las temperaturas promedios de las playas, y el mayor nacimiento de hembras.
Las flotas palangreras (barcos de pesca) utilizan distintos tipos de palangres, dependiendo del objetivo, en general buscan el pez espada aunque en algunos periodos cortos también pescan túnidos o el bonito del norte.
Este arte de pesca llamado palangrera, marrajera o palangre americano está formado por una línea madre con 10 a 20 boyas medianas con localización por radar y un centenar de boyas más pequeñas que a su vez queda dividida en tramos de la que se sostienen los sedales con anzuelos (6-12 anzuelos por sedal) calados entre los 15 y los 25 m con una distancia de 25 m entre si aproximadamente. Este método de pesca ha llegado a superar los 60 km de longitud con más de 2000 anzuelos y es el más nocivo para las tortugas marinas.
Para poder tener dimensión de lo que sucede, tengo que explicar que el CPUE es un índice que mide las capturas por unidad de esfuerzo pesquero. En 2005 se calculaba que cada 8 pez espada capturados había una captura accidental de una tortuga, para ese pez espada se necesitaban colocar 1000 anzuelos con el método que ya describí. Para ese año se estimó una captura accidental de aproximadamente 8500 ejemplares de tortugas boba. El relevamiento sólo contemplaba la flota española faltaba la italiana, la marroquí y la argelina con lo cual sólo representa el 10% del total.
Navegar por estas aguas entre mayo y octubre es encontrarse con una intensa actividad pesquera. Es entonces cuando el mar está más tranquilo, permitiendo a los pescadores trabajar sin contratiempos. Este período de alta actividad pesquera coincide con una mayor presencia de tortugas marinas, creando un desafortunado solapamiento que pone en riesgo a estas criaturas ancestrales.
¿Hay otra forma de pescar? ¡Sí lo hay! el método de piedra bola en el cual parte del arte está hundido utilizando pesas formando un zigzag entre la superficie y el fondo marino. Este es el que menos capturas accidentales genera.
Esta experiencia me hizo pensar sobre nuestra responsabilidad hacia estas criaturas. Como navegantes, somos testigos de primera mano de estos cambios y debemos actuar como guardianes del océano. Proteger a las tortugas no es solo cuestión de conservación, sino de respeto por un legado que ha surcado los mares durante millones de años.